Los últimos informes de UNICEF con respecto al trabajo infantil señalaron que los esfuerzos globales en su erradicación se vieron estancados luego de la pandemia, habiendo encontrado por primera vez un retroceso significativo en los avances producidos desde el 2000. El organismo eleva la cifra de niños trabajadores a 160 millones, de los cuales la mitad realizan trabajos muy peligrosos, entendiéndose como peligroso aquel que amenace seriamente la integridad y la salud de los niños.
Los expertos señalan, sin ningún tipo de duda, que la extrema pobreza es la causante de este mal; la forma que tiene esta es la de un niño trabajando. Desde la pandemia, la desigualdad ha crecido a un ritmo sin precedentes, haciendo estragos en los sectores más desfavorecidos. Esto ha supuesto el aumento de la deuda de muchos países débiles financieramente y, por consiguiente, un encarecimiento ilógico de las condiciones de vida de los ciudadanos, imposibilitando de esta manera el correcto desembolso -ya de por sí pobre- por parte de los gobiernos destinado a la protección de las necesidades básicas del pueblo.
Hay que añadir también que el cierre de escuelas como medida de contención contra el virus ha propiciado el abandono por completo de los estudios por parte de estos niños, empujándolos a salir a trabajar para sacar adelante a sus familias. Recordemos que muchas empresas occidentales son clave en la perpetuación del trabajo infantil, la mano de obra barata en los países subdesarrollados les supone un ahorro gigantesco, al mismo tiempo que sus ingresos suben como la espuma.
Sin embargo, debemos saber distinguir entre trabajo infantil y explotación infantil. Esta última se caracteriza por desproveer de manera cruel cualquier rastro de dignidad del niño, haciendo de su existencia única y exclusivamente enfocada al trabajo y generar ingresos. Es decir, el niño es convertido en un mero objeto destinado a la explotación, un esclavo. Las regiones con conflictos armados son las que más sufren estas situaciones. La infancia deja de existir y se pasa a la adultez de manera inmediata. En África subsahariana es bien conocido el caso de los niños soldado, secuestrados de sus aldeas y arrancados de sus familias para formar parte de comandos de señores de la guerra que se disputan el control de una región (injerencias externas de por medio y mucha geopolítica); los que son captados por bandas y mafias para hacerlos descender al más profundo de los abismos, sacando piedras preciosas o minerales requeridos en el campo de la tecnología; y también los que sufren de trata, un negocio desgraciadamente muy lucrativo.
Desde Jóvenes por la Dignidad ponemos de manifiesto la importancia de actuar con urgencia: hace falta conciencia y acción por parte de todos. Se debe sensibilizar al conjunto de la sociedad para que denuncie, reaccione y repruebe el trabajo infantil inaceptable y cualquier otra forma de explotación infantil. Principalmente, porque somos nosotros quienes debemos recordar que los niños deben estar en el colegio aprendiendo y labrándose un futuro, y no en la calle vendiendo baratijas o delante de una máquina de coser. Presionar a nuestros gobiernos a que persigan la desigualdad fomentando valores de transparencia y equidad. Luego, avanzar hacia una educación universal de calidad y a un compromiso real por la erradicación de la pobreza, creando condiciones de trabajo dignas para los adultos.